Ya sabemos que no pasa lo mismo cuando pedimos perdón o perdonamos, que si no lo decimos, pues nuestro lenguaje interno se convierte en acción.

 

Lo mismo pasa en el pensamiento; no va a pasar lo mismo si pienso que “puedo hacer algo”, que si pienso que no puedo hacerlo. Nuestro lenguaje interno nos conduce a la acción o a la no-acción, entendiendo ésta última como otro tipo de acción; estamos decidiendo no hacer nada, dentro de las posibilidades de acción que teníamos.

 

 

Nuestra conversación interna se convierte en nuestro límite sobre lo posible. Un niño que está siendo enseñado por su padre a montar en bici, no se cae cuando su padre le suelta; se cae cuando se da cuenta de que su padre le ha soltado. Y esto es así porque su conversación interna es del tipo: “menos mal que papá me lleva agarrado porque si no me caería”. Su pensamiento le dice que mantenerse solo sobre la bici es imposible, y cuando constata que va solo hace lo único que considera posible y lógico, caerse.

 

Por eso decía Henry Ford:

Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes…

En ambos casos estás en lo cierto.

 

Y eso nos pasa con todos nuestros pensamientos de “no puedo”. Cada pensamiento de “no puedo” se convierte en una orden interna que nos impulsa a una acción en consonancia, que consiste en no lograr aquello que pienso que no puedo hacer. Es el origen de la profecía autocumplida; una suerte de efecto Pigmalión, que hace que suceda aquello que aparentemente menos queremos que suceda, pero que sin embargo estamos provocando. Suele ir acompañado de la expresión “¡Si ya sabía yo que no podía!”, sazonada, eso sí, con un gran enojo por el simple hecho de haberlo intentado.

 

Y cuando nos ha pasado esto unas cuantas veces en nuestra vida, aprendemos algo importante que va a regir nuestra existencia y que condiciona nuestro futuro: Aprendemos que “no vale la pena intentar aquello que yo ya sé que no voy a poder conseguir”. Y ahí dejamos de intentar cosas nuevas, de arriesgarnos, de aprender, de buscar… y por supuesto, de lograr nada nuevo. Existe una renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren.

 

 

Lo mismo pasa cuando pensamos de algo a priori, que es muy difícil: lo convertimos en difícil; que algo es improbable, que algo no me va a gustar, que me voy a caer, que no me van a contratar, etc…

 

Con mucha frecuencia pensamos que es fácil, aquello que ya sabemos hacer, y que es muy difícil aquello que no sabemos o que no hemos intentado nunca: correr, bailar, patinar, manejar, cocinar, pilotar un avión, construir un puente…

 

La mayoría de las veces es temor anticipado al fracaso; otras veces es un mero recurso, señal de una autoestima débil, que pretende salvaguardarla con la justificación posterior de que “ya sabía que era muy difícil”.

 

¿Para qué pensar así, cuando podemos pensar en positivo, ampliando el universo de lo posible? Lo fácil y lo difícil solo son juicios en nuestra cabeza, y por tanto, opinables. Lo que significa que siempre puedo pensarlo más en positivo.

Observa cómo cambia un pensamiento de “No puedo o es imposible”, cuando lo pienso de otra manera: “hasta ahora no he sabido cómo lograrlo, pero es posible!” El primero cierra la búsqueda, el segundo la expande!

 

Recuerda, solo podemos lograr aquello que consideramos posible.

Da igual si es probable o improbable, fácil o difícil…

 

Basta con que lo consideremos posible y tengamos la decisión de ir por ello.

 

 

Preguntas:

  • ¿Cómo puedo reformular mis pensamientos, sin introducir los juicios de dificultad?

  • ¿Asocio mis errores a la idea de fracaso o de aprendizaje?

  • ¿Qué tipo de palabras y pensamientos descubro que tienen un impacto negativo en mis acciones? (fracaso, imposible, no valgo…)

  • ¿Puedo construirme pensamientos impulsores en vez de lastres?

  • ¿Qué voy a hacer al respecto?

 

¿Te inquieta algo? ¿Te sientes atrapado en las circunstancias que te ha puesto la vida y no sabes por dónde comenzar? Escríbeme, yo puedo orientarte.