En un promontorio rocoso dentro del bello Bosque de Chapultepec, el Rey Poeta Texcocano Nezahualcoyotl mandó a construir un adoratorio en la cima para agradecer a los dioses un lugar tan hermoso de descanso, mandó sembrar árboles nativos conocidos como ahuehuetes, que en náhuatl significa “el viejo del agua” ya que son árboles que crecen donde hay mucha agua, como el manantial que nacía al pie del cerro. Y así duró varios siglos como sitio de descanso de emperadores aztecas. Durante la época colonial se construyó una ermita dedicada a San Miguel, justo en el sitio donde estaba el antiguo adoratorio pagano, como se acostumbraba por los evangelizadores, a construir lugares de culto sobre viejos adoratorios.
En el siglo XVIII el Virrey Bernardo de Gálvez decide construir un palacio en lo alto del cerro para utilizarlo como residencia de verano, pero los rumores de esta empresa llegan a oídos del Rey en España y se teme por la idea de que se tratase de un deseo de independizar la región. Repentina y misteriosamente muere el Virrey sin ver concluido su palacio, el cual permanece olvidado y en abandono por mucho tiempo. El Barón de Humboldt lo visita en una de sus expediciones y se alarma de ver como puertas y ventanas son desmanteladas para enviar el dinero de su venta a la Corona Española.
En los primeros años del siglo XIX y una vez consumada la independencia de México, el castillo sirve como Colegio Militar y le toca tomar parte cono escenario de una de las Batallas decisivas en la guerra de Intervención Norteamericana, apareciendo en la historia los Niños Héroes y creando la leyenda del cadete Juan Escutia que prefirió aventarse desde una de las torres del castillo envuelto en el lábaro Patrio, antes que permitir que los invasores norteamericanos lo tomaran como motín de guerra.
En 1864 el Emperador Maximiliano de Habsburgo, invitado por los Conservadores en México, llega a gobernar un país del cual no conocía nada. Y decide hacer del Castillo su residencia Imperial junto con su esposa la Emperatriz Carlota Amalia de Bélgica y para ello lo renombran como el Palacio de Miravalle, por las bellas vistas que tiene sobre el valle de México.
Renombrados arquitectos europeos son traídos para darle un aspecto señorial de características eclécticas y se traen lujosos muebles de Europa, así como numerosas obras de arte que le dan hasta el día de hoy su aspecto fastuoso. Sin embargo, triste destino el del imperio, al ser derrotado el Emperador en 1867 y fusilado por órdenes del Presidente Benito Juárez. De igual forma, la Emperatriz regresa a Europa donde pierde la razón y muere en 1927 a muy avanzada edad y considerada como la mujer más rica de esa época, pero totalmente loca.
Los Presidentes de México hacen de este Palacio su hogar, y en el caso del General Porfirio Díaz, quien lo ocupa por 30 años, lo arregla, moderniza e instala los avances y comodidades propias de su época y del siglo XX. Después de la Revolución, en 1944, el Presidente Lázaro Cárdenas lo declara Monumento Nacional y establece ahí el Museo Nacional de Historia, que muestra hasta nuestros días la historia de México y la forma de vida de sus ilustres habitantes.
Dividido en 2 áreas, nos muestra en la primer área el museo con toda la historia del país con una colección de más de 10,000 objetos y una segunda área, conocida como el Alcázar, donde podemos admirar los salones imperiales y habitaciones presidenciales, las cuales se mantienen en perfecto estado como cuando eran habitadas por Emperadores y Presidentes.
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