Me gusta el ramo de las ventas, el emprendimiento y evaluar diferentes ideas para convertirlas en un negocio rentable. Estoy inmerso de lleno en crecer personal y profesionalmente, ya que pienso que el saber, nunca está de más y siempre te será de utilidad.
Así como comentaron en la respuesta anterior, investigaciones neurobiológicas de la Dra. Nicole Avena (universidad de Florida) y del Dr. Bartley Hoebel (Universidad de Princeton) fueron pioneros en descubrir los efectos de la combinación de las grasas, la sal y el azúcar en estos alimentos, y explorar su impacto en nuestro cuerpo. Así, demostraron que esta convinación en la comida puede causar una adicción grave, similar a drogas opiáceas. Por un lado, el consumo excesivo de azúcar altera las funciones cerebrales, por lo que al dejar de consumirla provoca el mismo tipo de síntomas de abstinencia que generan muchas drogas. Por otro lado, los alimentos ricos en grasas parecen afectar al cerebro de una manera diferente, muchos estudios muestran que existe una relación única entre los ácidos grasos y el equilibrio emocional. Así se comprobó en una investigación publicada en The Journal of Clinical Investigación en 2011, donde se estudiaron los efectos del consumo de grasa en personas sanas mientras pasaban por sentimientos de tristeza inducida. Al darle a estas personas alimentos grasosos en este estado de melancolía, en minutos los sentimientos se aliviaron y mejoró su humor, cambio que se pudo apreciar en una resonancia magnética que confirmó la respuesta cerebral. Cuando a estos dos elementos se le agrega la sal, obtenemos una comida que química y biológicamente nos hará adictos a su consumo. Es por esto que debemos evitar consumir alimentos chatarra y buscar alternativas más sanas o en tal caso, controlar las porciones.
Los tres ingredientes que componen los alimentos procesados y que los hacen tan adictivos son: el azúcar, la sal y las grasas. Se ha demostrado que el azúcar, puede volverse, tan adictivo o más, que la cocaína. Sabiendo esto, los fabricantes de alimentos utilizan una sofisticada ciencia de sabor para determinar el “punto de máxima satisfacción” que le provoca al ser humano la necesidad de consumir más de ese producto. Logrando mantener ciertos puntos bajo control, como la textura, humedad, mezcla perfecta de los tres ingredientes, capacidad de crujir o derretirse, la ingeniería alimentaria logra captar nuestra atención y la del cerebro. Creando lo que se conoce como “potenciadores de sabor”, que son procesos secretos y patentados que no necesitan estar enlistados en las etiquetas de los alimentos. Estos componentes se colocan dentro de la categoría genérica de saborizantes artificiales o naturales. Un término que se convierte en la madre de toda la ciencia detrás de la comida rápida, es la “dispersión de densidad calórica”. Que consiste en el proceso por el que la comida se derrite en nuestra boca de forma tan rápida que el cerebro cree que está consumiendo menos calorías de las que realmente entran en el cuerpo. Este proceso, también engaña al cerebro, haciéndole creer que todavía no está satisfecho, generando como resultado, que la persona continúe comiendo, aún y cuando ya no necesita esa cantidad de calorías extras para alimentarse. El cerebro, por lo tanto, se vuelve incapaz de hacer que la persona pare de comer. Como respuesta obtendremos que la persona terminará comiendo de forma automática. Lo que quiere decir, que aún y cuando no tengamos hambre, seguiremos comiendo porque la comida te dice que sigas ingiriéndola.
Así como comentaron en la respuesta anterior, investigaciones neurobiológicas de la Dra. Nicole Avena (universidad de Florida) y del Dr. Bartley Hoebel (Universidad de Princeton) fueron pioneros en descubrir los efectos de la combinación de las grasas, la sal y el azúcar en estos alimentos, y explorar su impacto en nuestro cuerpo. Así, demostraron que esta convinación en la comida puede causar una adicción grave, similar a drogas opiáceas. Por un lado, el consumo excesivo de azúcar altera las funciones cerebrales, por lo que al dejar de consumirla provoca el mismo tipo de síntomas de abstinencia que generan muchas drogas. Por otro lado, los alimentos ricos en grasas parecen afectar al cerebro de una manera diferente, muchos estudios muestran que existe una relación única entre los ácidos grasos y el equilibrio emocional. Así se comprobó en una investigación publicada en The Journal of Clinical Investigación en 2011, donde se estudiaron los efectos del consumo de grasa en personas sanas mientras pasaban por sentimientos de tristeza inducida. Al darle a estas personas alimentos grasosos en este estado de melancolía, en minutos los sentimientos se aliviaron y mejoró su humor, cambio que se pudo apreciar en una resonancia magnética que confirmó la respuesta cerebral. Cuando a estos dos elementos se le agrega la sal, obtenemos una comida que química y biológicamente nos hará adictos a su consumo. Es por esto que debemos evitar consumir alimentos chatarra y buscar alternativas más sanas o en tal caso, controlar las porciones.
Los tres ingredientes que componen los alimentos procesados y que los hacen tan adictivos son: el azúcar, la sal y las grasas. Se ha demostrado que el azúcar, puede volverse, tan adictivo o más, que la cocaína. Sabiendo esto, los fabricantes de alimentos utilizan una sofisticada ciencia de sabor para determinar el “punto de máxima satisfacción” que le provoca al ser humano la necesidad de consumir más de ese producto. Logrando mantener ciertos puntos bajo control, como la textura, humedad, mezcla perfecta de los tres ingredientes, capacidad de crujir o derretirse, la ingeniería alimentaria logra captar nuestra atención y la del cerebro. Creando lo que se conoce como “potenciadores de sabor”, que son procesos secretos y patentados que no necesitan estar enlistados en las etiquetas de los alimentos. Estos componentes se colocan dentro de la categoría genérica de saborizantes artificiales o naturales. Un término que se convierte en la madre de toda la ciencia detrás de la comida rápida, es la “dispersión de densidad calórica”. Que consiste en el proceso por el que la comida se derrite en nuestra boca de forma tan rápida que el cerebro cree que está consumiendo menos calorías de las que realmente entran en el cuerpo. Este proceso, también engaña al cerebro, haciéndole creer que todavía no está satisfecho, generando como resultado, que la persona continúe comiendo, aún y cuando ya no necesita esa cantidad de calorías extras para alimentarse. El cerebro, por lo tanto, se vuelve incapaz de hacer que la persona pare de comer. Como respuesta obtendremos que la persona terminará comiendo de forma automática. Lo que quiere decir, que aún y cuando no tengamos hambre, seguiremos comiendo porque la comida te dice que sigas ingiriéndola.
En este caso lo recomendable es parar de comer aunque todavía sientas un poco de hambre. Después de unos minutos deberías sentirte satisfecho.