La vida es, queramos o no, un permanente viaje de autoaprendizaje. Todos nacemos torpes, como viajeros que llegan a un mundo nuevo y diferente, y vamos aprendiendo a partir de nuestras experiencias.

 

Pero esas experiencias van generando en nosotros emociones, sensaciones y pensamientos que nos van a ir condicionando la forma de vivir las experiencias futuras. Por eso nos encontramos siempre con personas que parecen sacar mucho “jugo” de sus vivencias, y otras que parecen no aprender nunca de sus errores, y los repiten sistemáticamente.

 

Tomar pues la decisión de aceptarnos como aprendices permanentes nos va a permitir extraer lecciones de cada situación, y sentir que siempre crecemos y avanzamos, independientemente del tipo de experiencias que nos encontramos en la vida. Si logramos aprender de los errores y aciertos, tanto propios como ajenos, la vida entera se convierte en un viaje de aprendizaje permanente.

 

Por el contrario, querer ser considerado “maestro”, supone la pretensión de que, con lo ya aprendido y sabido, aunque sea solo a nivel teórico, tenemos las respuestas para explicar los eventos pasados y afrontar los futuros. Y no solo los nuestros, sino también los ajenos, porque pensamos que nosotros tenemos ya todas las respuestas. Desde esa posición, cuando las cosas no se dan como estaban previstas en las explicaciones del “maestro”, la reacción será buscar algo o alguien a quien poder culpar de esa desviación respecto de lo que debería haber pasado.

 

Frecuentemente son personas que viven en contradicción entre lo que dicen saber, y los resultados que logran. El verdadero maestro, el sabio, siempre se siente un aprendiz. La humildad es su característica principal.

 

La posición del aprendiz, está caracterizada por tener más preguntas que respuestas. Tiene la humildad de aceptar el saber ajeno cuando es mejor que el suyo, sin sentirse inferior por ello. Por eso busca, indaga y encuentra siempre nuevos caminos, nuevos aprendizajes, que convierten a cada experiencia en una oportunidad de aprendizaje nuevo, de crecimiento personal.

 

El aprendiz convierte en arte la curiosidad y el manejo de la indagación, antes que vivir apurado por competir desde su saber para ganar al saber del otro.

 

El aprendiz aprende, el maestro enseña; con esa actitud, espera que aprendan los demás, pero no él. Él ya sabe. Por ello, no pregunta, no escucha, y discute para tener razón. Y esa posición es precisamente la que le impide seguir aprendiendo.

 

Dado que somos seres imperfectos, hay que suponer que todos nos equivocamos en muchas ocasiones, en decisiones y acciones que tomamos cada día.

 

Se equivoca el que hace cosas nuevas y se equivoca el que, por miedo o rutina, no hace nada nuevo… pero solo aprende realmente el que hace cosas nuevas, el que se atreve a experimentar lo nuevo. El que, por tanto, es capaz de abandonar el territorio del “experto” y se asume como novato de la nueva experiencia.

 

El aprendiz pone en duda sus certezas y saberes para hacerse nuevas preguntas que le lleven a nuevos caminos. Así funciona la ciencia:

"La ciencia se compone de errores que, a su vez, son los pasos hacia la verdad"

Julio Verne

 

"El éxito es hijo de mil errores"

Edmond H. Fischer / Premio Nobel de medicina en 1992

 

El pensamiento analítico, que profundiza en los hechos, y el pensamiento convergente, con el que tomamos decisiones, necesitan en medio un buen manejo del pensamiento divergente, que es el encargado de buscar nuevas opciones, nuevos caminos, a base de hacerse nuevas preguntas. En caso contrario, frente a una experiencia dada, haremos siempre lo que ya hicimos en ocasiones anteriores, haya sido eficiente o no; haremos lo que ya sabemos hacer. Esto genera parálisis y poca eficiencia en el saber, y mucho sufrimiento en el sentir, cuando se trata de experiencias emocionales.

 

Por supuesto que todos somos, en algún momento de nuestras vidas, considerados maestros por otras personas. Todos somos pues, Maestros y Aprendices.  Pero lo relevante es cómo nos asumimos a nosotros mismos. Disfrutemos de esa consideración ajena cuando llegue, pero sin dejar de sentirnos aprendices. En otro caso, el saber ya instalado se convierte en nutriente del ego, ávido de reconocimiento permanentemente, y por tanto en tapón para nuevos aprendizajes.

 

Los aprendices son aprendices a partir de una característica fundamental, que es la Humildad. Y quizás conviene recordar ahora que la palabra Humildad proviene de la misma raíz latina que la palabra Humanidad, que es Humus, tierra, polvo.

 

Somos simultáneamente, polvo de estrellas, como decía Carl Sagan, y polvo del camino, construido para que otros avancen más allá de lo que nosotros hemos logrado.

 

La humildad está muy lejos de ser timidez, falta de autoestima o ignorancia. Es reconocer que, por mucho que logremos saber, siempre será mucho más lo que nos queda por aprender. Es también una actitud de vida en la que ponemos nuestro saber al servicio de los demás, y no lo utilizamos solo para competir desde el Ego y quedar por encima de los demás. Es, pues, una actitud, una decisión de cómo vivir la vida y cómo manejar nuestro saber.

  • Por todo ello, la decisión de aceptarnos como seres en permanente aprendizaje resulta ser una decisión vital para alcanzar  mayores cotas de felicidad y eficiencia, caminar hacia un mejor vivir, que es lo realmente importante.

     

    PREGUNTAS:

    - ¿Discutes para llegar a la mejor idea, o para tener razón?

    - ¿Eres humilde, o siempre alardeas de tus conocimientos?

    - ¿Te gusta más hablar o escuchar?

    - ¿Cómo jefe, crees que sea tu deber saber siempre más que  tu equipo?

    - ¿Tienes problemas para decir “No lo sé”?

    - ¿Qué vas a hacer para ser más aprendiz de vida?

     

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