Una mamá en uno de los cursos que he impartido con mi colega Rebeca Sod, dijo una frase que yo creo nos hace eco a quienes tenemos hijos adolescentes: “Las hormonas se llevaron la dulzura de mi hijo” (*).

 

Efectivamente, de repente ese niño que solía mostrarse dulce, comunicativo, atento, se torna silencioso, rebelde, nos cuestiona (no siempre de la manera más amable), nos reta, incluso a veces nos mira como al enemigo. Y aunque nosotros creíamos estar preparados por nuestras lecturas sobre el tema, por haber asistido a pláticas, porque hemos visto el proceso en los hijos de nuestros hermanos, de nuestros amigos, en las películas, en las comedias, etc., vemos con ansiedad que ahora nos tocó el turno y nos está costando trabajo afrontar estos cambios.

A continuación les participo algunas afirmaciones que considero nos  pueden ser de utilidad. Todas están dirigidas a trabajar en nosotros los adultos, pues, no sobra decirlo, generar expectativas de que sean ellos quienes se adapten y transformen de acuerdo a nuestros deseos, solo nos traerá frustración. Estas reflexiones son fruto del trabajo conjunto de padres que como todos, estamos buscando hacer el mejor trabajo y adaptarnos a los cambios que nos ha traído la época que estamos viviendo, la cual nos obliga a ver la formación  de nuestros hijos desde un punto de vista diferente al que tuvieron nuestros padres.

  • Puedo recordar mi historia personal para entender mejor a mi hijo, separando lo qué es mío y lo que es de él, para evitar cargarlo con mis propios asuntos inconclusos. Lo entiendo, me responsabilizo de lo mío y le dejo a mi hijo lo suyo. Es decir, que yo puedo facilitarle el proceso  si acepto que él necesita vivir sus propias experiencias y aprender de ellas, sin sumarle mis angustias y temores; ya con los suyos tiene suficiente.

 

  • Me doy cuenta de que mi hijo tiene derecho a desarrollarse de acuerdo a su ser auténtico e individual y a mí me corresponde respetarlo y ayudarlo a que honre su propia experiencia. Las etiquetas y las comparaciones no le sirven a él. Esto significa que yo puedo hacer un esfuerzo por respetar su manera de ser, independiente de que yo crea que es similar a la de alguien a quien no deseo que se parezca, llámese ex esposo, suegra, u otro pariente.

 

  • Puedo apreciar que mientras mi hijo observe un comportamiento respetuoso, no necesito presionarlo a que socialice en mis términos ni en los del entorno. Él no tiene por qué “hacerme quedar bien o mal” de acuerdo a mis parámetros. Luchar para que actúe de determinada manera, desgasta la relación y es una de esas batallas que tal vez no valga tanto la pena luchar.

 

  • Puedo revisar mis expectativas con respecto a lo que quiero que mi hijo logre y entender cuál es mi verdadera motivación. De ahí decido mi parámetro de exigencia. Es posible que inconscientemente esté depositándole un peso que tal vez he venido cargando, pero no he sabido cómo encausar y ahora que lo veo entrando en otra etapa de su vida, siento que ese anhelo mío se puede ver realizado en él.

 

  • Tengo el valor de reconocer que me siento calificado a través de mi hijo. Este es el paso inicial para aceptar que si se equivoca, será su responsabilidad, aunque me duela. Y estaré ahí para apoyarlo, pero él necesita que yo le dé el espacio para cometer esas equivocaciones que le van a permitir aprender, responsabilizarse y pasar al siguiente etapa de su vida.

 

  • Auto observarme en perspectiva me permite ver un poco más allá de lo evidente e identificar mi emoción. Así que cuando me atore, puedo voltear a verme hacia adentro. Hacer de la auto observación un hábito es de especial utilidad en la interacción con mi hijo adolescente, especialmente cuando me reta, pues el adulto soy yo. Desde mi propia visión en perspectiva puedo observar la emoción que su actitud me está causando y actuar de la manera que yo escoja y considere conveniente, y no desde la emocionalidad y la reactividad.

Recomendaciones

Espero que estas reflexiones te den un aporte en tu trabajo de criar hijos que se convertirán en adultos responsables y auto dirigidos, entendiendo la responsabilidad desde la visión de Fernando Sabater en su libro Ética para Amador, como “responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo. Todas mis decisiones dejan huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea”.

 

(*) Al referirme a hijo en género masculino lo hago para simplificar el texto, pero estoy haciendo alusión tanto a nuestro hijo, como a nuestra hija adolescente.

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