Acompañar hijos adolescentes en su proceso de formación requiere estrecho seguimiento, algunos padres se frustran por decirlo menos y dicen que es una época muy difícil. Yo personalmente pienso que es una época muy linda, llena de retos y de oportunidades, de altibajos y de aprendizajes, especialmente para nosotros los padres.
La formación es una tarea de todos los días y comienza con el nacimiento de nuestros hijos, no puede comenzar en la adolescencia, pero muchos padres pretendemos recoger en esta época la cercanía, la confianza y el respeto que no hemos sabido cultivar desde antes. Creo firmemente que las dificultades que muchos padres experimentamos con nuestros hijos en este tiempo, se debe a que estamos acostumbrados a que los hijos vivan más o menos a nuestra manera. Cuando están más pequeños no piensan mucho por sí mismos y su desobediencia y rebeldía es con respecto a las formas más que al fondo. Una desobediencia y rebeldía que nosotros hemos tratado de controlar con presión, chantaje y/o castigo, pero que pocas veces nos tomamos el tiempo de analizar desde el origen.
Ahora este adolecente está creando su propia identidad, definiendo su personalidad, entendiendo lo que es importante para él, diseñando su propia escala de valores. Se está convirtiendo en una Persona, en un Individuo y eso requiere prueba y error. Nuestras experiencias de vida no siempre les hacen sentido a ellos. Hacen cosas que nunca nos vieron hacer a nosotros, parecen ir contra corriente, corren riesgos innecesarios desde nuestro punto de vista, quieren saltarse las normas solo porque sí. Mil comportamientos más que muchas veces cuestionan la educación que les hemos dado.
Algunos adolecentes pasan esta época aparentemente muy tranquilos, eso tampoco es garantía de nada, la procesión va por dentro y el día de mañana ese adolecente tranquilo puede convertirse en un joven o en un adulto sin raíces firmes. Por alguna razón no rompió su caparazón y ahora no sabe bien cómo hacerlo.
La naturaleza es muy sabia y tengo varios ejemplos. Las mariposas necesitan romper la crisálida con sus propias alas, necesitan hacer esfuerzo y tratar una y otra vez hasta que lo logran, es más, si les hacemos el favor de romper sus crisálidas, sus alas no formarán la dureza que necesitan y luego ellas no podrán volar. Las águilas cuando se acerca el momento en que sus crías deban volar, llenan el nido con ramas espinosas e incómodas, si aun así las crías no vuelan, ellas las arrojan del nido, las empujan para que vuelen y las criaturas se ven obligadas a volar y vuelan.
Nuestro trabajo como padres formadores es precisamente eso, dar a nuestros hijos la confianza, el soporte y el acompañamiento necesario para que puedan explorar sus propios caminos desde una medida prudente. Negociar todo, menos los valores. Definir límites que les ayuden a sentirse protegidos. Liderar con el ejemplo. Aconsejarles cuando nos lo pidan y escucharles y abrir nuestros corazones y nuestros brazos cuando no quieran consejos. Creer en ellos incondicionalmente, en sus criterios y en sus capacidades. Renunciar a nuestros sueños para con ellos y permitir que vivan los suyos propios y a su propia manera. Estar ahí cuando se equivoquen para consolarlos y acogerlos aguantándonos la tentación de decirles “te lo dije”.
-
Nuestro trabajo como padres es "Amarlos incondicionalmente", así de simple.
Tal vez te pueda interesar: La vida de tus sueños creada desde el Ser... Siempre tenemos la razón
- Argentina
Excelente enfoque relacionado con que nuestros hijos adolescentes son distintos a nosotros y tienen sus propios sueños e inquietudes. Debemos ser consejeros sin querer imponer. Gracias Marta!