Te invito a que me sigas acompañando en este viaje en el que te comparto mis vivencias, mis alegrías y los retos a los que me enfrenté para tratar de superar todos mis miedos.....

 

Me pasé tomando el sol en la alberca, observando con detalle todo el ambiente que me rodeaba y guardando sólo para mí, todos mis pensamientos y emociones.

 

La verdad, empecé a experimentar en ese momento el gran reto que para mí representa guardar silencio y no compartir con alguien lo que pienso o siento… 

Por otro lado, empecé a analizar mis pensamientos y a sentir con mayor intensidad todas las emociones que me llegaban.

 

Me dieron como las 4 de la tarde. Había desayunado en la estación de tren con mi hijo y comido unas frutas en la alberca al mediodía. Aun no tenía hambre pero quería yo ir a conocer Sant. Agnello, así que me bañé, me puse guapa y me lancé a la calle sin rumbo, y sin google maps.

 

Me fui caminando por la avenida principal, observando a la gente y los comercios locales. Me dirigí a la Iglesia del pueblo. Entré a dar gracias a Dios por permitirme estar ahí. Afuera, habían unos músicos ensayando y muchas sillas acomodadas para la gente que asistiría al concierto que seguramente darían en la noche….

 

Continué mi recorrido, siguiendo mi instinto y lo que llamaba mi atención. Exploré varias callecitas y tomé fotos hermosas de lo que iba captando mi atención. Después de vagar un rato sin rumbo y sin conciencia del tiempo, regresé como “por arte de magia” a la avenida principal. 

 

Entré a una frutería en la que unos “limones gigantes” captaron mi atención. Inmediatamente los dueños del lugar, dos hermanos cuarentones y muy guapos, se acercaron a conversar conmigo. Estaban “intrigadísimos” de saber de dónde era yo y qué hacía yo viajando sola en Sant. Agnello. Nuestra conversación fue en italiano, español y señas. Uno me  preguntaba si era yo de Argentina, el otro creía que era brasileña. Les dije que era orgullosamente mexicana y me sentí bastante “exótica” viajando en estas tierras lejanas, en donde me dijeron no habían conocido a más “messicanos”.

 

Ambos me dieron a probar de todos los dulces locales que vendían. Chocolates rellenos de limón, caramelos de limón, galletitas de limón.

Compré unas botellas de agua, fruta y por supuesto, caramelos y chocolates de los que me habían dado a probar. 

 

Salí de la frutería muy contenta con la autoestima “bastante inflada” después de tanta atención y con varias bolsas que cargar por algunas cuadras. Nuevamente me sentí feliz de tener tan buena condición física y recordé y agradecí en mi mente a mi instructora en el gym que me pone las clases con pesas que tanto odio.  

 

Llegué al hotel y dejé mis bolsas. Ya hacía hambre y llegaba la hora de la cena.  Sin saberlo, aquí enfrentaría mi primer MIEDO.

 

Aunque estoy muy acostumbrada a cenar muchas veces sola en mi casa, nunca me imaginé el enorme reto que representaría para mi el tener que  arreglarme y llegar a un restaurante para pedir “mesa para uno”.

 

Pues no muy contenta pero si muy hambrienta, decidí enfrentar este miedo a que “me vieran sola” a “no tener con quien compartir” a “sentirme observada” y bajé al restaurante  del hotel, el cual ya había yo investigado que era el mejor del pueblo. Me armé de valor y pedí mi “mesa para uno”. 

 

No se si fueron mis nervios o mi imaginación pero yo era la única persona cenando sola en “una mesa para uno” en todo el restaurante. Y el restaurante estaba totalmente lleno. 

 

Estaba yo en un lugar extraordinariamente bello, en un lindo restaurante, pero me sentía triste…. Me autocompadecí  por no estar acompañada, jugué con los cubiertos, con mi celular y con un libro. Cené rico pero no pude platicar ni compartir con nadie. Durante toda la cena me sentí observada. Me sentía castigada por estar “en silencio”.  Firmé la cuenta y me fui a mi habitación a descansar y a procesar la experiencia que acababa de vivir.

 

Me di chance de experimentar mi tristeza y hasta eché una lagrimita, pero decidí  conscientemente que si iba yo a tener que desayunar, comer y cenar sola por los próximos cinco días, tenía yo que sobreponerme a mis miedos. Tenía que aprender a estar conmigo y disfrutarlo. Me reté a “no esconderme detrás de un libro o de mi teléfono” y dedicarme a observar todo el ambiente y a sonreírle a la gente que me volteara a ver.

 

Dormí como piedra. El cansancio físico y la carga de emociones habían sido muy intensas.

 

Desperté renovada. Abrí la ventana que daba al jardín. Lo observé desde mi ventana y me llené de belleza. Vi rosas de todos los colores, limones, naranjos, fuentes y pájaros cantando. El día estaba soleado, con un cielo azul, azul sin nubes. Exacto como me gusta. Agradecí a Dios por darme la oportunidad de estar ahí. Me sentí muy bendecida.

 

Me metí  bañar y me arreglé para bajarme a desayunar.

Llegué al restaurante fresca y valiente. Con una sonrisa de oreja a oreja pedí mi “mesa para uno”.

El buffet estaba delicioso. Desayuné como campeona porque había yo decidido ese día  explorar uno o dos pueblitos de la costa Amalfitana, lo que me diera tiempo y necesitaba yo mucha energía.

Me sentí mejor en el desayuno. Observada y observando. Nuevamente yo era la única desayunando sola. TODOS estaban en pareja y muy pocos en familia.

 

Decidí ese día visitar un precioso pueblito de la costa llamado Ravello. Pregunté en el hotel en dónde vendían los boletos del transporte público y me dieron indicaciones para encontrar una tabaquería y comprar ahí mi boleto.

 

Compré mi pase por un día y  crucé la calle para esperar a que pasara el bus que recorre la costa Amalfitana y te lleva a los diferentes pueblos. Mi intención era llegar a Ravello. En italiano me explicaron que con mi boleto llegaría yo hasta Amalfi y que ahí tendría yo que bajarme y buscar otro transporte para llegar hasta Ravello. 

 

Esperé en la parada del bus como 15 minutos. Llegó el bus y lo abordé.  Ahí empezaría mi siguiente aventura.

 

Continuará…..

 

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