Los estereotipos afectan la vida de nuestros hijos adolescentes, tanto desde nuestra postura, cuando sin darnos cuenta les ponemos etiquetas y también desde su entorno, donde ellos se enfrentan a esquemas rígidos, difíciles de manejar para ellos.

 

El verdadero descubrimiento no consiste en buscar  nuevos territorios, sino en tener nuevos ojos.                                                                       Marcel Proust

 

En la anterior reflexión me referí a los riesgos que corría nuestra relación de pareja cuando permitíamos que los estereotipos dominaran nuestra manera de ver las diversas situaciones, de manera que tuviéramos una visión parcial, una sola historia.

 

En esta ocasión he querido enfocarme en la relación con nuestros hijos adolescentes, porque considero que en esta etapa tan importante y delicada de sus vidas, nosotros como padres tenemos dificultades para “ver el territorio con nuevos ojos” como diría Marcel Proust.

 

Por experiencia, veo que nos debatimos entre lo que nos dicen algunos expertos en la materia, en cuanto a que los jóvenes de hoy lo que necesitan es “mano dura” porque carecen de compromiso, de interés por esforzarse en obtener logros, que nosotros en nuestro momento no tuvimos todo lo que ellos tienen, que somos la primera generación que temía a sus padres y también teme a sus hijos, y otros criterios similares que, de alguna manera, implican la idea de dos bandos: ellos contra nosotros. Y si no nos hallamos de acuerdo con esta postura, nos sentimos de alguna manera, permisivos o débiles.

 

Y por otro lado, están los expertos que nos hablan de empatía, de ponernos en su lugar, de la difícil etapa que atraviesan, de las grandes diferencias entre la época que nosotros vivimos y la que ellos están viviendo, ideas y lineamientos que tampoco nos hacen mucho sentido y frente a las cuales nos sentimos inflexibles e intolerantes.

 

¿Dónde está el justo medio? No existen fórmulas ni respuestas correctas. Cada familia es un mundo y la relación de cada adolescente con sus padres es única. Aquí no pretendo dar respuestas, más bien quiero acompañarlos a hacerse más preguntas, a ver que no hay historias únicas, que puede haber aspectos que estamos pasando por alto. Sabemos que los comportamientos retadores de nuestros hijos tienen todo que ver con su adolescencia, pero también necesitamos estar abiertos a detectar diversas formas de estar ahí para ellos, de manera que podamos acompañarlos a salir adelante en esta importante etapa de la travesía llamada adolescencia.

 

Y aquí los estereotipos, a mi modo de ver, nos pueden afectar en dos sentidos: uno, en tratar de encuadrar a nuestros hijos en esquemas prefabricados, donde muchas veces sin intención los queremos hacer encajar: el niño bueno, el tranquilo, el responsable, el fiestero, el desordenado, el desobediente, y una larga lista de calificativos que aunque no se los mencionemos, están impresos en nuestra mente y de diversas maneras se traslucen en nuestra interacción con ellos. No se trata de que no nos atrevamos ni a pensar en ponerles una u otra etiqueta, pero sí de verlos de la manera más integral posible y aceptarlos como lo que son y no como lo que quisiéramos que fueran. Los juicios son inevitables, pero procuremos fundamentarlos, son muchas las etiquetas que caerán ante este ejercicio.

 

Y por otro lado están los estereotipos que ellos a su vez viven a diario en su escuela y en su entorno social, de los cuales es difícil para ellos estar al margen porque son etiquetas que les impone el medio: los estudiosos, los calmados, los “cool”, los deportistas, los inteligentes, los populares, los rebeldes. Y aquí nuestra capacidad de ver el otro lado de la historia puede ser de mucha ayuda para ellos, por cuanto si nos abrimos a ver esos escenarios puede que encontremos respuestas a muchos de sus comportamientos, los cuales no entendemos. Y aquí nuestra participación es clave, porque esta postura nos va a permitir estar ahí con una visión un poco más amplia de sus vivencias y dificultades.

 

No quiere decir que hagamos a un lado los límites y las consecuencias, estos son el contexto dentro del cual nuestros hijos se mueven y les dan seguridad y confianza. Pero sí quiere decir que ante determinados comportamientos que nos ocasionan enojo o dolor, podemos mirar un poquito más allá y no engancharnos en eternas discusiones y reclamos frente a los cuales ellos muchas veces no saben cómo responder, no podemos esperar que su nivel de consciencia sea como el nuestro.

 

Queridos colegas en esta intensa tarea, trabajemos en ver las otras historias y antes de tomarnos a pecho ciertas actitudes o reacciones, pongámoslas en contexto y así nos evitaremos más de un dolor de cabeza y lograremos que ese proceso de independencia sea menos traumático para ambas partes.

  • México