Acompáñame en este recorrido conmigo misma por la costa Amalfitana en Italia y visita conmigo Ravello...

 

El bus que abordé venía de Sorrento y ya estaba totalmente lleno y con uno que otro turista parado. Así que no me quedó de otra mas que irme parada por al menos unos 40 minutos.

Tuve la suerte  de que en la primera parada, la persona que estaba sentada junto a mi, se bajó y yo literalmente “brinqué” para pescar el lugar y ya no soltarlo hasta mi destino final, Amalfi.

 

Para mi sorpresa, a los italianos no les importa que te vayas parado en un bus “totalmente empacado de turistas” por una de las carreteras más peligrosas del mundo. No tienen ninguna preocupación por la seguridad de sus pasajeros.

Definitivamente no se si ésto pasa todo el año o sólo durante el Verano, pero hay mucho más turistas que buses para transportarlos y literalmente pescar uno de estos transportes de ida o vuelta se convierte en toda una odisea.

 

La carretera de la costa Amalfitana es super estrecha. Un carril de ida y otro de vuelta y curva tras curva. Los choferes son definitivamente, los mejores del mundo. Es increíble cómo había momentos  en que la distancia entre un autobús de ida y el de vuelta era de milímetros y…no chocaban.

 

Las vistas, indescriptiblemente bellas. Riscos enormes enmarcados por un mar brillante y azul de diferentes tonos. Había momentos en que literalmente el reflejo del sol en el mar parecía que brillaba como estrellas en el cielo.

 

No sé si soy extremadamente romántica o sensible, o ambas pero, me salieron lágrimas al ver tanta belleza. En ese momento, la incomodidad del bus y las curvas no me importaban. La belleza me tenía “totalmente capturada”.

Nuevamente, mis emociones sólo eran para mi. No tenía con quien compartir. Nuevamente, di gracias a Dios por estar ahí, viendo ese hermoso mar azul, esos pueblecitos “colgados de los riscos” con casas de todos los colores y bugambilias hermosas en los techos. Me sentí afortunada y bendecida.

 

En Positano, que es el primer pueblo de este recorrido, se bajaron más de la mitad de los pasajeros. La verdad, a estas alturas del viaje, yo creo que todos traíamos revuelto el estómago de tanta curva, pero muy claramente mi amiga me había recomendado llegar el primer día al “pueblo más lejano” al que quisiera yo llegar en mi primer día de viaje, así que  aunque tenía yo ganas de bajarme, valientemente me quedé en el autobús y esperé que abordaran nuevos pasajeros en Positano que irían a los siguientes pueblecitos.

 

Yo sabía que me tenía que bajar en la última parada del autobús. Lo que no sabía es que todavía me faltarían como dos horas de recorrido por esta carretera para llegar a Amalfi.

 

El recorrido por la carretera siguió lleno de curvas. Para los afortunados que íbamos sentados fue bastante “aguantable”, pero para los que iban parados, de verdad, el mantenerse en pie era un gran reto.

 

El autobus hizo dos paradas antes de llegar a Amalfi. Finalmente llegamos a la terminal  de autobuses en Amalfi. Aqui, todos los pasajeros que quedamos tuvimos que bajar. 

Cuando pisé tierra firme me sentí feliz. El pueblito de Amalfi se veía hermoso y tenía yo la tentación de quedarme y empezar a caminar por sus callecitas, pero tenía yo muy claro que tenía yo que llegar a Ravello y, si me daba tiempo a mi regreso, visitaría Amalfi.

 

No tenía yo ni idea ahora en dónde tenía yo que tomar el autobús a Ravello y a qué hora salía. Empecé a caminar y vi a un grupo de gente, local y turistas en una bola desordenada. Pregunté a unos turistas españoles que si ahí se tomaba el autobús a Ravello y me dijeron que si. No había quien informara, sobre destinos ni horarios.

Solo una bola de gente esperando diferentes autobuses a diferentes destinos….

 

Después de unos 20 minutos de esperar, llegó el autobús para Ravello. Corrí lo más rápido que pude y, afortunadamente alcancé un lugar sentada. No tenía yo ni la más remota idea ahora cuanto tiempo tardaría el autobús de Amalfi a Ravello, pero yo ya estaba en el autobús y puesta para llegar a mi destino final de ese día.

 

Los turistas españoles, dos parejas en sus sesentas, se sentaron junto a mi y empezamos a platicar. Estas dos parejas de amigos viajaban juntos y me comentaron que en la estación de trenes de Nápoles un carterista le había tratado de quitar la cartera a uno de ellos, pero que lo habían “agarrado con las manos en la masa” y ambas señoras habían dado de gritos, y que del susto el ladrón les devolvió la cartera y salió corriendo despavorido. Las felicité por el valor que tuvieron y les conté la historia de la turista australiana robada. Nuevamente me alerté para seguir siendo muy precavida el resto de mi viaje.

 

El autobús para llegar a Ravello tarda como 35 minutos en llegar desde Amalfi.

Ravello es un hermosísimo pueblito enclavado en la punta de una montaña y tiene, entre otras cosas, las vistas más espectaculares de la zona.

Después de más curvas, pero ahora de subida y por una carretera de un solo carril, llegamos finalmente a Ravello. Me despedí de los españoles e inicié mi caminata. Nuevamente, sin google maps y sin lista de lugares por visitar.

 

Después de tomar unas fotos empecé a caminar hacia un túnel que claramente marcaba el inicio del pueblito. Saliendo del túnel vi a mi izquierda una entrada llena de flores y una caseta. Me formé para comprar mi billete de entrada a este bello lugar que resultó ser la “Villa Rufolo,” un lugar magnífico con construcciones que datan desde el siglo XIII y que perteneció  a la familia  de comerciantes Rufolo y que en el siglo XIX fue vendida a Francis Neville Reid, escocés que rediseñó la villa y la dejó tal y como se encuentra actualmente.

El lugar está lleno de jardines con bellísimas flores y con las mejores vistas de la Costa Amalfitana y del Golfo de Salerno. De verdad, ESPECTACULARES.

En este magnífico lugar, me enteré se lleva a cabo el Festival de Ravello de música clásica durante los meses de julio y agosto, todos los años.

 

Afortunadamente llevaba yo un sombrero doblado dentro de mi bolsa. El calor de 40 grados estaba realmente fuerte, así que me puse mi sombrero y recorrí los jardines, sintiéndome en el “paraíso”. 

Los jardines estaban bellísimos, con las flores en su esplendor y con un colorido excepcional. Además, habían bocinas ocultas en los jardines de las cuales salía preciosa música clásica de fondo. 

Desde los jardines se podía apreciar el mar hacia abajo. El cielo azul claro se fundía perfectamente con el azul del mar. De verdad, DIVINO.

No sé cuanto tiempo pasé en los jardines, disfrutando las vistas, la música y tomando innumerables fotos.

 

Encontré una banca con un techo formado por una enredadera de brillantes bugambilias y que daba una perfecta sombra para sentarse y disfrutar. Al fondo, una magnífica vista a un mar inmensamente azul….

 

Me senté y saqué de mi bolsa una deliciosa naranja. La pelé y mis dedos quedaron impregnados del maravilloso olor a naranja. Por algún motivo, todos mis sentidos estaban más abiertos. Veía toda esta diversidad de colores, olía todos los aromas con mayor agudeza, escuchaba no sólo la música, sino el viento y el canto de los pájaros.

Disfruté mi naranja como si estuviera degustando el manjar más delicioso. La verdad, me supo “a gloria” y el ambiente era simplemente perfecto.

 

Terminé mi recorrido por la Villa Rufolo y empecé a recorrer las diferentes calles de Ravello. Sin guía ni rumbo. Entré a las iglesias, tiendas y galerías de arte que me encontré en mi camino. Ya tenía hambre y nuevamente me entraba el miedo de pedir “mesa para uno”. 

Pasé por varios restaurantes hasta que llegué a uno pequeño, tipo terraza, con el techo formado por las ramas de varios árboles de muy buen tamaño. El lugar super acogedor, con mesas de mosaicos de diversos colores,  y algunos sillones para tomar café.

Me atreví y pedí mi “mesa para uno”.

Ordené una deliciosa ensalada de atún con tomates y albahaca, una botella enorme de agua san peregrino y pan con aceite de olivo. Devoré y disfruté muchísimo mi ensalada y el lugar. De postre pedí una granita de limón y un cafe espresso, el cual me trajeron con una “gota de chocolate amargo” y que me fijé, las personas de la mesa de junto, metían el chocolate al café para que se derritiera y luego se lo tomaban. Hice lo mismo y me encantó. Pagué la cuenta y por primera vez vi el reloj para saber qué hora era. 

Eran pasadas las 4 de la tarde y, aunque estaba yo felicísima en este maravilloso pueblito, sabía yo que el recorrido de regreso hasta Sant. Agnello sería toda una aventura, así que decidí darme hasta las 5 de la tarde para volver a la parada del autobús y regresar a Amalfi.

Paré por algunas tiendas y compré unos recuerdos. Jabones olor a limón y crema de manos y cuerpo hecha con aceite de olivo.

 

Llegué a la parada del autobús. No tenía yo horarios, pero Dios es grande y definitivamente me quiere mucho. Esperé junto a una bola de personas que estaban ahí y a los 5 minutos llegó un autobús.

Me sentí muy afortunada pues fui la última turista que aceptó el chofer. Estaba totalmente lleno el bus y varias personas se tuvieron que quedar esperando a que llegara otro bus, sabe Dios cuando.

Me fui parada la mitad del camino de regreso rumbo a Amalfi. De bajada de la montaña y con curvas, pero tan pronto pude, pesqué un lugar para ir sentada.

Llegamos de regreso a la estación de Amalfi. Me bajé y aproveché para buscar un baño. Sabía yo que el regreso a Sorrento tomaría como 3 horas.

Continuará…..

 

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