En estos días salió una breve noticia, que tiene un enorme significado para el mundo ambiental suramericano: Abel Rodríguez, de Araracuara, Colombia ganó el Premio Príncipe Claus.

 

¿Qué es el Premio Príncipe Claus? Es creado por la Fundación Príncipe Claus, en honor al fallecido esposo de la ex-Reina de Holanda, Beatriz. Es uno de los premios para el arte y la cultura más importantes a nivel mundial. Se otorga a individuos y organizaciones que han marcado una huella importante dentro de un tema cultural, relacionado con el desarrollo de sus pueblos. Aunque es un premio holandés, los ganadores son de todo el mundo. Es un premio muy innovador porque su interpretación del arte y la cultura es muy amplia: incluye música, arquitectura, escritura y artes plásticas, hasta eventos carnavalescos, gastronomía, exposiciones y multi-media. Personas de renombre que han ganado este premio antes, son el músico Senegalés Youssou N'dour, el chef Peruano Gaston Acurio y la bloguera Cubana Yoani Sánchez. Y este año el ganador es ¡Abel Rodríguez!

Y ¿quién es Abel Rodríguez? Abel es protagonista de su propia historia de vida; y como buen Colombiano, es una historia de realismo mágico. Abel nació en el corazón de la Amazonía colombiana, hijo de la etnia Nonuya. Los primeros 50 años de su vida los dedicó a las mismas actividades que todos sus compañeros en la selva donde vivía, en las orillas del río Caquetá. Cultivaba una chagra, pescaba y cazaba lo necesario para comer y recolectaba un sinnúmero de plantas y partes de árboles para convertirlas en chozas, muebles, medicinas, herramientas, armas, juguetes, artesanías, etc. Como cualquier indígena que aprovecha el bosque para sostener su vida, estas actividades le dieron un conocimiento enorme de la biodiversidad de la zona. Pero Abel era un poco diferente: era particularmente curioso y además, tenía el don de transmitir su conocimiento a los investigadores, que empezaban a visitar la zona desde los años 80. Es así que Abel empezó a acompañar a los estudiantes del programa Colombiano-Holandés "Tropenbos", ayudándoles a identificar plantas. Así, Abel se convirtió en "nombrador".

Rápidamente, los botánicos académicos se dieron cuenta que el conocimiento de Abel sobre la selva no solamente contribuía a la investigación científica, sino que en realidad era mucho más amplio y más detallado que el conocimiento "occidental". Por esto, un investigador con mente abierta propuso una forma innovadora de aprendizaje mutuo: un diálogo de saberes mediante dibujos y pinturas. Así, Abel empezó a dibujar las especies de la selva. Y lo hizo con tanta precisión y correcta representación, que botánicos a nivel global empezaron a reconocer que era una real contribución al conocimiento taxonómico. Tiene un talento especial en traducir fenómenos ecológicos complejos, como los ciclos estacionales de los ríos, en ilustraciones seriales de fácil interpretación. Sus obras contienen tanta información, que fue invitado a convertirlas en publicaciones académicas formales. Así, Abel se convirtió en científico.

Pero la historia no termina allí. Aparte del valor académico, el valor estético de sus pinturas empezó a llamar la atención. Tanto, que se organizó una exposición de sus dibujos en Bogotá. Y luego en Medellín…. y en Brasil…en Canadá…. Estados Unidos…. y Abel ¡se convirtió en fenómeno! El comité del Premio lo caracteriza así "sus obras son sencillas y complejas a la vez, artísticas y llenas de significado …. es arte poético … con alta sensibilidad estética …. pone tanto la ciencia como el arte en una nueva perspectiva. Palabras grandes para un señor que siempre supo mantener una humildad extraordinaria.

  • Esta hermosa historia de Abel es una clara indicación que a nivel mundial no solamente se respecta y aprovecha de forma positiva el conocimiento y talento indígena, pero que se los considera igual o superior que la cultura "occidental". El hecho de que Abel recibiera este premio es un reconocimiento a la forma como la cultura indígena ha convivido con la selva durante siglos, a pesar de las presiones externas como las guerras, las invasiones y las exploraciones de riquezas fugaces como el oro y el petróleo. Espero que este reconocimiento se lo otorgue no solamente el Rey de Holanda (quien le entregará el Premio personalmente el 10 de diciembre) sino también los gobernantes de nuestros países. Porque parece que ellos todavía valoran más el conocimiento de los ingenieros que el saber de los miles de Abeles en la Amazonía.

    Fuente: Revista digital Infoandina

    Autor: Robert Hofstede

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